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Este blog forma parte del proyecto Narrativo Cuéntalo
Todo, bajo la dirección del maestro Sandro Cohen dentro de la materia Redacción
Universitaria del Departamento de Humanidades, División de Ciencias Sociales y
Humanidades de la Universidad Autónoma Metropolitana-Azcapotzalco

martes, 20 de noviembre de 2012

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Después de muchos intentos fallidos de buscar un empleo donde me pudiera superar, mi tío me ofreció su ayuda. Él tiene un negocio donde se fabrican lavaderos. Estuve trabajando con él, año y medio. En ese lapso de tiempo, en lo único que pensaba era juntar el  dinero suficiente para pagar mis estudios.

Al año de estar laborando decidí que tenía tiempo suficiente como para ingresar al gimnasio, pues como todo joven el fin era atraer al sexo opuesto.

En este lugar conocí a un chavo y con el tiempo nos hicimos buenos amigos. Él frecuentemente me contaba de su trabajo; era una empresa donde apoyaban a los empleados a tener crecimiento laboral. Un día después de tanta plática me invitó a trabajar con él, sin embargo antes de darle una respuesta tuve que meditarlo con mucha calma pues el sueldo que me ofrecía, mi nuevo amigo, era mucho menor que el dinero que ganaba en mi trabajo actual. Por éste miedo a ganar menos, decidí que no me interesaba. Al cabo de dos o tres meses de tanto estarme insistiendo, al fin le tome la palabra.

Comencé como ayudante de almacén con un horario de más de nueve horas, pero en menos de cinco meses subí de puesto y de sueldo, mi horario mejoró y mi jefa supo valorar mis ganas de salir adelante pues pase de ser un simple ayudante a capturista. Fue justamente en ese momento que tome la decisión de retomar mis estudios, ya que mi jefa me comentaba constantemente: “Si tu sacas todo tu trabajo, yo no tengo por que negarte ciertos privilegios”.

Para este entonces Chuco, mi compañero inseparable de tantas aventuras, al cual ya frecuentaba muy poco. Se encontraba en esos días estudiando en la UAM. Así que un día lo fui a visitar a su casa,  le platique de mis sueños de estudiar y mis travesías para llegar a lograrlo y él solo me comentó: “No te preocupes yo te ayudaré a estudiar para entrar a la Universidad” y así fue. Desde ese momento comenzamos a vernos los fines de semana no para tomar, si no para estudiar.

Cuando nuevamente salió la convocatoria para el ingreso a la UAM yo estaba listo. Hice todos los trámites necesarios, presenté el examen y después de un largo tiempo de espera y nerviosismo se publicaron los resultados, y con mucho agrado me enteré que había sido aceptado para ingresar a la Universidad Autónoma Metropolitana. ¡Por fin! Comenzaba una nueva etapa de mi vida. Veía por primera vez en mi vida una meta cumplida y sin duda alguna era el mejor momento de mi vida. No me importaba saber que para mantener mis estudios tendría que seguir trabajando muy duro y seguir mejorando mi salario y mi puesto, pero sin titubear decidí dar el paso más importante de mi vida estudiar.

martes, 13 de noviembre de 2012

lo que sigue (5ta entrada)


Cuando mis padres terminaron de explicarme sus razones,  no pude moverme, me quede hundido en el sillón pensando en sus palabras que hasta el día de hoy siguen haciendo eco en mi cabeza.

Después de que mis padres terminaron de decir lo que tenían en mente se retiraron de la habitación. Levante mi cabeza y respiré profundamente, como si al salirse ellos, se llevaran consigo todo el aire que se encontraba en la habitación; con un suspiro cogí los documentos que había dejado al lado y con bastante desánimo me levante, salí de mi casa y me encaminé al  banco; sólo pensaba en pagar la cuota para el examen de admisión de la UAM.

Cuando regresé a casa, mi madre estaba sentada nuevamente en la sala. Al verme entrar fijó su mirada en mí y me preguntó: “¿A dónde fuiste?”. Yo respondí: “fui a hacer el depósito que les había comentado”.  Ella nuevamente me pregunto: “¿No recuerdas lo que te comentó tu padre hace un rato?”, y yo muy seguro de mí le respondí: “si lo sé, pero eso no me quita la ilusión de hacer el tramite y presentar el examen". Mínimo para saber si tengo la capacidad de entrar a la universidad. Mi madre solo hizo una mueca de disgusto y en voz baja dijo “Ay, hijo, no te hagas ilusiones si tu padre dijo que no, entonces es no”.

Volví a sentir esa opresión en el pecho y el aire me impedía respirar, así que sin decir nada rápidamente me retiré a mi habitación. Esa tarde estuve analizando las posibilidades de estudiar sin tener que pedirles apoyo a mis padres. Imaginé situaciones donde les pedía apoyo a mis tíos, otras donde pedía el apoyo al banco, pero creo que la más viable era ponerme a trabajar por un tiempo y juntar el dinero necesario para concluir una carrera.

Días después de pensarlo mucho, por fin tomé la decisión de hablarlo con mis padres. Como era costumbre mi padre siempre tenía algo que decirme: “Si trabajas y juntas dinero para tus estudios y nos demuestras que sí podemos confiar en ti, con mucho gusto te apoyaremos en lo que podamos para que acabes tu carrera, si es que realmente es lo que quieres”.

Ya con más confianza, al día siguiente salí a la calle a buscar trabajo. Y es así como empecé otro reto: tratar de conseguir empleo y demostrar que a pesar de tener muchos defectos puedo tener un objetivo y ser persistente con las cosas que yo deseo en mi vida.

lunes, 5 de noviembre de 2012

La confrontación.


     A unos meses de salir de la preparatoria comencé a recabar información sobre los exámenes de selección de las diferentes universidades públicas en el Distrito Federal y Estado de México. La primera opción que tenía en mente era el IPN. La segunda era la UAM. Y resulta que la convocatoria que primero se publicó fue la de la UAM, así que comencé a recabar los documentos necesarios para la preinscripción.

     Un jueves a la hora de la cena les conté a mis padres lo emocionado que me sentía por ingresar a la universidad. Ellos solo me miraron sin decir nada. Yo tomé esta expresión como una aprobación, así que seguimos cenando en silencio mientras yo imaginaba mis días como universitario. Terminada la cena, me retiré a mi habitación para continuar organizando el papeleo necesario. Al día siguiente me levanté más temprano de lo normal, asistí a mis clases con más entusiasmo que otros días y solo esperaba la hora de salida de la escuela para irme rápido a mi casa y recoger la ficha para ir a pagar mi cuota de derecho a examen.

     Llegue casi corriendo a mi casa, tomé la hoja y solo les dije a mis padres “voy a pagar lo de universidad, regreso al rato”. Mi padre se paró frente a mí y en tono firme me dijo: “Siéntate, tu mamá y yo queremos decirte algo”. Lo miré a los ojos y sentí miedo. Por su mirada entendí que lo que me dirían no era nada bueno. Me senté al lado mi madre, temeroso y encorvado. Mi mamá me miró con lástima mientras mi padre sin sutilezas me dijo que no me autorizaban hacer ningún trámite referente al ingreso a cualquier universidad.

     Yo les pregunté por qué  y mi padre respondió: “Si yendo a la preparatoria tan cerca hay fines de semanas que no te vemos, ¡imagínate que pasaría si te damos la oportunidad de asistir a una universidad que se encuentra más lejos! nunca te veríamos, y la verdad, preferimos verte trabajar en un lugar por aquí cerca y saber que si tomas, no estás tan lejos, que estando en la universidad te embriagues y no sepamos adónde ir a buscarte”.

     Al escuchar esto me sentí desilusionado. La emoción de ingresar a la universidad se desvaneció por completo, ya que no era la capacidad económica la que me impedía seguir estudiando sino la imposición de mis padres, pero sobre todo me sentía bastante mal porque sabía que yo era el culpable de que mis padres tomaran esta decisión.

¿Qué tuve que hacer para convencerlos?... Se lo cuento en la siguiente….